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Valle de los Cóndores: Mucho más que un paraíso para la escalada

viernes, 26 febrero 2016 19712 Views 0 Comments

Reconozco que jamás había escuchado de este lugar hasta que comencé a practicar escalada deportiva. Lo más probable es que si no estás en este mundo deportivo es difícil que este nombre se te haga familiar: Valle de los Cóndores. ¿Te suena? Es un secreto muy bien guardado de Chile. O quizá como la actividad principal es la escalada, muchos viajeros quedan algo rezagados. De cualquier forma, es un paraíso que merece un fin de semana de tu vida, escales o no.

El equipo - Foto por Alfonso Ahumada

El equipo / Foto: Alfonso Ahumada

 

Mi travesía comenzó en dos autos, cinco hombres y una sola mujer (yo). Ya prometía una experiencia interesante el viajar con puros hombres. Sobre todo por las bromas y conversaciones que se generan. Me sentía toda una doncella en las montañas. Tomamos la carretera hacia Talca desde Santiago, luego nos desviamos hacia San Clemente hasta el kilómetro 135 donde hay unos baños químicos. Ahí dejamos uno de los autos para bajar todos en el 4×4. ¡Casi se me olvida! En el camino, no pudimos evitar desviarnos a Cecinas Soler, con un sándwich de lomito no hubo necesidad de cenar y las panzas de todos estaban contentas. De hecho, tuve que ceder el volante: la siesta después de comer me llamaba.

Una Gran Pared se presentó imponente cuando llegamos a la planicie del valle. Te sientes como una hormiga soñando con llegar a la cima e imaginar hasta dónde puedes mirar. El sol estaba acostándose dejando algunas hormigas (escaladores) subir y conquistar ciertas rutas. La luz tenue del anochecer nos invitó a instalar nuestras carpas entre los pequeños arbustos, tierra y roquerío. Teníamos todo el lugar para nosotros, solo algunas carpas alrededor pero a varios metros de distancia.

Cada día amanecíamos con esta pared invitándonos a subirla. Invitación que por más que quisimos tomar, el cansancio y el calor se apoderó de nosotros. Además, era algo intimidante, no lo puedo negar. Sus colores, sus sombras, sus fisuras, eran de película. Me preguntaba cómo sería estar mirando las paredes de Yosemite Park, por ejemplo… no podría mover ni un brazo. Algunos sectores sí pudimos conquistar, otros quedaron pendientes para el próximo viaje. Y bien pendientes porque la cabeza en mi caso, jugó en contra todo el partido.

Pozones

Los pozones. / Foto: Alfonso Ahumada

 

 

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Caminando hacia nuevas rutas, descubrimos cascadas y pozones ideales para esquivar el calor. Éstas se formaban en diferentes partes del río y de colores casi paradisíacos y de arcilla en el fondo. No pensé en encontrar esto aquí, donde la vegetación es escasa y lo que más hay es tierra. Menos me imaginé encontrar… ¡Calafate! Eso mismo, la planta clásica de la Patagonia se encuentra escondida entre rocas de la región del Maule. El río sí tenía su encanto. Además, mientras aprovechábamos de estos pozones, tres cóndores se asomaron en el cielo. Sobrevolaban muy cerca, podíamos verlos, diría que tocarlos incluso (estoy exagerando, pero sí muy cerca), queriendo acompañarnos por un rato. El nombre no es un mito.

Entonces me di cuenta que aunque escalar no sea tu deporte, Valle de los Cóndores es para desconectarse de todo. Literalmente. Si llevas unos buenos libros, comida y bloqueador, puede ser el mejor spot de camping. Solo tú y la naturaleza, sin distracciones. ¿Qué mejor plan que ese?

Aunque la verdad que de camping tuvimos poco. La segunda noche fue asado en una parrilla de camping, la tercera un cordero magallánico – si sé lo loco que suena pero valió la pena disfrutarlo en la mitad de la nada y bajo miles de estrellas– no fue hasta la cuarta y última noche que de menú hubo ravioles a la cocinilla. Si no fuera por la tierra levantada por el viento en las tardes, esto hubiera sido estar mejor que en cualquier hotel. Y claro, si no hubiera sido por la rueda pinchada a la segunda noche, también.

Vista de las paredes del valle

Vista de las paredes del valle. / Foto: Alfonso Ahumada

Esa fue una misión por sí sola. El dueño del auto no tenía ni idea cómo cambiar la rueda. Pero para su suerte, el resto sí. Sin embargo, los pernos estaban demasiado, extremadamente, apretados, no había caso que se soltaran. Un problema obvio cuando la llave claramente no era la correcta. Sin señal y desconectados completamente – que no era ideal para la situación pero para el viaje era perfecto – tuvimos que regresar en el otro auto a buscar una vulcanización. Recién el viernes, la fuerza de estos hombres dio fruto y con las venas saliendo de sus caras, lograron soltar los pernos del auto. Misión cumplida y el dueño del auto volvió a sonreír. No olvidar llevar rueda de repuesto y la llave correcta de los pernos. Digo… para evitar este problema.

Siempre he pensando que viajar no necesariamente es tomar un avión y descubrir un lugar lejano al tuyo. Muchas veces, por ejemplo, las mejores aventuras te las encuentras al manejar por horas hasta encontrar el lugar ideal para detenerse, desconectarse y liberarse. El Valle de los Cóndores fue el nuestro.

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Daniela Ruiz

Periodista que descubrió su pasión por viajar a los 14 años cuando hizo su primer viaje sola. Desde ahí que no se queda quieta y cada cierto tiempo sale a descubrir nuevos lugares. No puede salir de viaje sin su frazada tie dye de polar, ni su collar de mundo con un ángel. Uno de sus mayores pasatiempos es hacer brownies y escalar. Sueña con algún día conocer la tierra de sus ancestros Croacia y el continente de hielo, Antártica.

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