En Ruta

Esperando a Bob Marley en Ait Ben Haddou

martes, 12 enero 2016 2584 Views 0 Comments

Fue en mi segunda visita al impresionante kasar de Ait Ben Haddou cuando compartimos mesa y mantel con Bob Marley. La parada estaba marcada en nuestra improvisada ruta por el reino alauí desde que llegamos a Tánger, pero la belleza de Marruecos nos demoró varios días. De hecho, llegamos a este cinematográfico rincón cercano a Ouarzazate con la arena de Erj Chebbi todavía en nuestros pies. Francamente cansados después de ver amanecer en el desierto del Sáhara cerca ya de la frontera con Argelia y con el matador paseo en camello por las dunas como eje de nuestras blasfemias.

Llegamos al hotel soñando con una ducha y nos encontramos con una pequeña piscina en la que refrescarnos el calor acumulado. Un merecido descanso… y de nuevo a la carga. Ait Ben Haddou es una de esas apariciones que ninguna retina espera encontrase en su camino. Un retroceso en el tiempo. Un viaje a un mundo perdido hecho de adobe y con sabor a té de menta. Un fortín de arena y paja en mitad de la preciosa nada que es el Antiatlas. Los bereberes que fundaron esta ciudad junto al río Ounila en el siglo XVI la bautizaron como la ‘entrada del desierto’, el último oasis que franqueaban las populares caravanas de nómadas que osaban adentrase en el Sáhara en aquellos siglos.

 

Un decorado de cine

Sin ninguna duda, es uno de los complejos urbanos más impresionantes que se pueden ver en el mundo por su excelente estado de conservación, aunque no es la única kasbah que se mantiene en pie en Marruecos. Probablemente lo hayas visto, aunque no lo sepas. Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, Ait Ben Haddou, ha sido un lugar muy recurrido para crear ambientaciones en el séptimo arte. Lawrence de Arabia pasó por su imponente portalón (que una explosión simulada de este rodaje hizo desaparecer para siempre), Russell Crowe se forjó aquí como gladiador en la cinta de Ridley Scott. Si eres seguidor de Juego de Tronos también reconocerás este enclave, pero lo llamarás Yunkai. La lista es larga.

Es evidente que desde mi primera visita varios años atrás el turismo había hecho su trabajo, pero la autenticidad del conjunto seguía siendo memorable. Todavía quedaban dos o tres familias viviendo entre sus paredes y los más pequeños no desaprovechan la ocasión de ganar unos dirhams con cada visitante. Pero basta con pasear por sus agostas calles de tierra para sentirse en un lugar especial. Recomendable es elevarse hasta lo más alto de la ciudad, donde el viento golpea las sienes, para contemplar una bella panorámica del valle; eso, y perderse en el interior de las viviendas abandonadas para sentirse a refugio del implacable sol sahariano y pensar cómo sería la vida en aquel lugar siglos atrás.

 

Un hostal cerrado y una guitarra

Pero vamos a la historia que nos ha traído hasta aquí. Tras la visita a la kashba, cuando el sol comenzaba a esquivarnos, regresábamos a nuestro hospedaje. Un chaval hacía autoestop en la carretera y decidimos devolver un poco de la cordialidad que los marroquíes nos habían prestado durante todo el viaje. El chiquillo hablaba algo de español y algo de inglés, suficiente para entendernos a la perfección. Nos pidió que le lleváramos un poco más abajo, a su casa. Pero como todas las historias maravillosas que ocurren en los viajes, su casa no era una casa, era un hostal, que el propio joven regentaba pero que en aquella ocasión estaba cerrado.

Hicimos buenas migas con aquel chico, todo risueño y muy interesado en escuchar nuestro peregrinaje por aquellas tierras. Nos invitó al hostal, a que cenáramos con él, dado que estaba solo ejerciendo de guardián. De entrada dijimos que no, pero horas más tarde, en la aburrida noche cerrada de la puerta del desierto, cambiamos de idea y salimos a su encuentro.

Nos recibió con los brazos abiertos en uno de los patios del hostal. De inmediato buscó mesas y sillas. Puso agua a hervir para compartir un té y nos animó a probar los dulcísimos pestiños de su madre. En un abrir y cerrar de ojos nos regaló todo un festín, sacó una guitarra y nos advirtió: “Ahora vienen unos amigos y viene también ‘Bob Marley’”.

Lo que pasó durante las horas siguientes a puerta cerrada en aquel hostal perdido en el Antiatlas es algo que quedará guardado para siempre. Pero sí, ‘Bob Marley’, un amigo algo mayor que él y cargado de hachís recién traído del Rif, llegó poco después. Llegaron muchos amigos más y todos hablamos, cantamos y reímos hasta perder la noción del tiempo.

Así fue como, en la puerta del desierto, bajo la luna, junto a la ciudad de Ait Ben Haddou, conocimos al Bob Marley bereber.

 

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Alfonso Reca

Periodista vocacional. Viajero empedernido. Y viceversa. Le gusta llevar la contraria, lanzarse en bomba a las piscinas y usar calcetines de rayas. Foodie con úlcera, cata vinos al por menor y mal cantante.

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